8 dic 2009

André Brink

" Su vagina era como un gran hongo exótico pinchado en un árbol, una pequeña cúpula de placer como nunca he visto, donde el sagrado río fluye hacia un mar sin mareas. Sin mareas. Sus movimientos eran espasmódicos, un flujo y reflujo que podía llevarte muy lejos, hasta donde ante te habías lanzado, salvaje y triunfalmente, a una playa barrida por el viento sin final. "



André Brink
Antes de olvidarte (fragmento)

3 dic 2009

Tengo miedo torero


" Al entrar, escuchó la aguja del pic-up chirriando sorda al final del disco, y más allá, tirado como un largo riel sobre los almohadones, Carlos roncaba profundamente por los fuertes ventoleros de su boca abierta. Una de sus piernas se estiraba en el arqueo leve del reposo y la otra, colgando del diván, ofrecía el epicentro abultado de su paquetón tenso por el brillo del cierre eclair, a medio abrir, a medio descorrer en ese ojal ribeteado por los dientes de bronce del marrueco, donde se podía ver la pretina elástica de un calzoncillo coronado por los rizos negros de la pendejada varonil. Sólo un pequeño fragmento de estómago latía apretado por la hebilla del cinturón, una mínima isla de piel sombreada por el matorral del pubis en el mar cobalto del drapeado blujin. Tuvo que sentarse ahogada por el éxtasis de la escena, tuvo que tomar aire para no sucumbir al vacío del desmayo frente a esa estética erotisada por la embriaguez. Allí estaba, desprotegido, pavorosamente expuesto en su dulce letargo infantil, ese cuerpo amado, esa carne inalcanzable tantas veces esfumándose en la vigilia de su arrebato amoroso. Ahí lo tenía, al alcance de la mano para su entera contemplación, para recorrerle centímetro a centímetro con sus ojos de vieja oruga reptando sedosa por el nervio aceituno del cuello plegado como una cinta. Ahí se le entregaba borracho como una puta de puerto para que las yemas legañosas de su mirar lo acariciaran a la distancia, en ese tacto de ojos, en ese aliento de ojos vaporizando el beso intangible en sus tetillas quiltras, violáceas, húmedas, bajo la transparencia camisera del algodón. Ahí, a sólo un metro, podía verlo abierto de piernas, macizo en la estilizada corcova de la ingle arrojándole su muñón veinteañero, ofreciéndole ese saurio enguantado por la mezclilla áspera que enfundaba sus muslos. Parece un dios indio, arrullado, por las palmas de la selva, pensó. Un guerrero soñador que se da descanso en el combate, una tentación inevitable para una loca sedienta de sexo tierno como ella, hipnotizada, enloquecida por esa atmósfera rancia de pecado y pasión. No lo pensaba, ni lo sentía cuando su manogaviota alisó el aire que la separaba de ese manjar, su mano mariposa que la dejó flotar ingrávida sobre el estrecho territorio de las caderas, sus dedos avispas posándose levísimos en el carro metálico del cierre eclair para bajarlo, para descorrerlo sin ruido con la suavidad de quien deshilacha una tela sin despertar al arácnido. No lo pensaba, ni siquiera cabía el nerviosismo en ese oficio de relojero, aflojando con el roce de un pétalo la envoltura apretada de ese lagarto somnotiento. Ni lo pensaba, dejándose arrastrar abismo abajo, marrueco abajo hasta liberar de ataduras ese tronco blando que moldeaba su anatomía de perno carnal bajo la alba mortaja del calzoncillo. Y ahí estaba por fin, a sólo unos centímetros de su nariz ese bebé en pañales rezumando a detergente. Ese músculo tan deseado de Carlos durmiendo tan inocente, estremecido a ratos por el amasijo delicado de su miembro yerto. En su cabeza de loca dudosa no cabía la culpa, este era un oficio de amor que alivianaba a esa momia de sus vendas. Con infinita dulzura deslizó la mano entre el estómago y el elástico del slip, hasta tomar como una porcelana el cuerpo tibio de ese nene en reposo. Apenas lo acunó en su palma y lo extrajo a la luz tenue de la pieza, se desenrolló en toda su extensión la crecida guagua-boa, que al salir de la bolsa, se soltó como un látigo. Tal longitud, excedía con creces lo imaginado y a pesar de lo lánguido, el guarapo exhibía la robustez de un trofeo de guerra, un grueso dedo sin uña que pedía a gritos una boca que anillara su amoratado glande. Y la loca así lo hizo, secándose la placa de dientes, se mojó los labios con saliva para resbalar sin trabas ese péndulo que campaneó en sus encías huecas. En la concavidad húmeda lo sintió chapotear, moverse, despertar, corcoveando agradecido de ese franeleo lingual. Es un trabajo de amor, reflexionaba al escuchar la respiración agitada de Carlos en la inconciencia etítica. No podría ser otra cosa, pensó, al sentir en el paladar el pálpito de ese animalito huacho recobrando la vida. Con la finura de una geisha, lo empuñó extrayéndolo de su boca, lo miró erguirse frente a su cara, y con la lengua afilada en una flecha, dibujó con un cosquilleo baboso el aro mora de la calva reluciente. Es un arte de amor, se repetía incansable, oliendo los vapores de macho etrusco que exhalaba ese hongo lunar. Las mujeres no saben de esto, supuso, ellas lo chupan, en cambio las locas elaboran un bordado cantante en la sinfonía de su mamar. Las mujeres succionan nada más, en tanto la boca loca primero aureola de vaho el ajuar del gesto. La boca loca degusta, y luego trina su catadura lírica por el micrófono carnal que expande su radiofónica libación. Es como cantar concluyó, interpretarle a Carlos un himno de amor directo al corazón. Pero él nunca lo sabrá, le confidenció con tristeza al muñeco erecto que apretaba en su mano, mirándola tiernamente con su ojo de cíclope tuerto. Carlos tan borracho y dormido, nunca se va a enterar de su mejor regalo de cumpleaños, le dijo al títere moreno besando con terciopela suavidad el pequeño agujero de su boquita japonesa. Y en respuesta el mono solidario, le brindó una gran lágrima de vidrio para lubricar el canto reseco de su incomprendida soledad. "


Pedro Lemebel

"Tengo miedo torero" (fragmento)

La vieja sirena



" Si nunca despertaste en sobresalto

febril, precipitándote hacia el lado

vacío de tu lecho, tanteándolo

con manos que se obstinan vanamente

contra implacable ausencia.

Si no sentiste entonces la muerte

desgarrándote en vida y agrandando

el vacío entre tus venas inflamado,

el vano apartamiento de tus muslos,

el ansia de tu sexo.

Si no rompió tu voz ese gemido

que acuchilla la turbia madrugada...

es que en tu corazón no ardía la hoguera

que llamamos amor.

En ella me consumo y es mi grito

tu nombre: a ti me abro en carne viva.

Mi piel muere en espera de la tuya,

mi sexo late con ansiosa boca

de pez en la agonía.

Y al no llegar tus labios con tu bálsamo

ni el fuego sosegante de tu lengua

mi mano se fatiga inútilmente

en estéril caricia...

Porque tan sólo tú tienes las alas

para el vuelo que mata y da la vida. "



José Luis Sampedro
La vieja sirena (fragmento)

22 nov 2009


Imaginar un tiempo de silencio
o pocas palabras
un tiempo de química y música

los hoyuelos por encima de tus nalgas
que mi mano recorre
o el pelo es como la piel, dijiste

una época de largo silencio

alivio

procedente de esta lengua el bloque de caliza
un hormigón reforzado
fanáticos y mercaderes
arrojados a esta costa de verdor salvaje de arcilla roja
que respiro una vez
en señales de humo,
soplo de viento

el conocimiento del opresor
éste es el lenguaje del opresor


y sin embargo lo necesito para hablarte.


Adrienne Rich

17 nov 2009


No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.


Leopoldo María Panero
Diario de un seductor
"El que no ve" -1980-

29 jul 2009

Las hazañas del joven Don Juan - Apollinaire


“Yo había visto ya unos pechos de mujer en imagen o en las estatuas, pero jamás ninguno al natural.
La mujer del administrador estaba apurada. No tenía abrochado más que un botón de la blusa, y ocurrió que, al inclinarse para hacer mi cama, el botón se soltó y yo pude ver su pecho entero ya que llevaba una camisa muy escotada.Di un salto:-¡Se va a helar usted, señora!Y haciendo como que quería volver a abrocharle la blusa, deshice la cinta que retenía su camisa sobre los hombros. En ese mismo instante, los dos pechos parecieron saltar de su escondite y sentí todo su grosor y su firmeza.Los botones que tenía en medio de cada pecho resaltaban, eran rojos y estaban rodeados de una aureola muy ancha y de color pardo.Esas tetas eran tan firmes como un par de nalgas, y cuando las oprimí un poco con ambas manos habrían podido ser tomadas por el culo de una linda muchacha.Tan sorprendida se quedó la mujer, que me dio tiempo, antes de que se recobrara de la emoción, de besar sus pechos a placer.
Olía a sudor, pero de una manera bastante agradable que me excitaba. Era ese “olor a hembra” que, como supe más tarde, emana el cuerpo de la mujer y que, según su naturaleza, excita el placer o el desagrado.
¡Ah,ah! Pero ¿en qué está pensando usted? No…eso no se hace…Pues soy una mujer casada…y por nada del mundo…
Éstas eran sus palabras, mientras yo la empujaba hacia la cama. Yo me abría la bata, me levanté la camisa y le mostré mi miembro en un estado de terrible excitación.
-¡Déjeme, estoy en estado, oh! ¿Pero señor! Si alguien nos viera…
Ella se seguía defendiendo, pero más débilmente.
Por otra parte, su mirada no se apartaba de mis partes pudendas. Se mantenía contra la cama en la que yo me esforzaba en dejarla caer.
-¡Me hace usted daño!
-¡Pero, hermosa señora, si nadie nos ve ni nos oye!-dije.
Ahora estaba sentada en la cama. Yo seguía empujando. Ella cedió, se echó boca arriba y cerró los ojos.
Mi excitación ya no conocía límites. Levanté sus vestidos, su camisa y vi un hermoso par de muslos que me entusiasmaron más que los de las campesinas. Entre los muslos cerrados vi una pequeña mata de pelos castaños, en los cuales era imposible distinguir la raja.
Caí de rodillas, tomé sus muslos, los palpé por todas partes, los acaricié, puse mis mejillas junto a ellos y los besé. De los muslos, mis labios subieron al monte de Venus, que olía a pis, si cabe, me excitaba aún más.
Levanté su camisa y miré con asombro la enormidad de su vientre, en el que el ombligo estaba en relieve en vez de estar hundido como el de mi hermana.
Lamí este ombligo. Ella estaba inmóvil, sus pechos le caían sobre los costados. Levanté uno de sus pies y lo puse sobre la cama . Apareció ante mí su concha. Al principio me asusté al ver los dos grandes labios, gruesos y hinchados, cuyo color tendía a marrón.

Para ser honesto, no podía decirse que el espectáculo fuera exactamente admirable, pero me gustó tanto más cuanto que esta mujer era bastante limpia. No pude dejar de meter mi lengua en su raja y rápidamente lamí una y otra vez el clítoris, que se endurecía bajo mi frenético hacer.
Este lameteo me cansó pronto, entonces reemplacé mi lengua por un dedo, ya que la raja estaba muy húmeda. Luego tomé sus pechos, cuyas puntas puse en mi boca chupándolas suavemente. Mi dedo índice no dejaba el clítoris, que se endurecía y aumentaba de tamaño.

Acto seguido, me despojé de mi camisa y sentí una cierta vergüenza al hallarme desnudo delante de una mujer, sobre todo casada y encinta.
Tomé la mano sudorosa de la mujer del administrador y la posé sobre mi miembro. Este contacto resultaba realmente exquisito.
Ella apretó primero suavemente y luego con más fuerza. Yo había aferrado sus tetas, que me encantaban.
La besé en la boca y ella me ofreció sus labios con solicitud.
Todo en mí tendía hacia el placer. Me ubiqué entre los muslos de la mujer del administrador, que estaba sentada, pero ella exclamó:
Arriba no, porque así me duele. No puedo ya dejármelo hacer por delante.
Bajó de la cama, se volvió y se inclinó, con la cara sobre el lecho. Aunque no agregó nada más, mi instinto me reveló la clave del secreto. Recordé haber visto a dos perros en acción. Tomé entonces a medor como ejemplo, y levanté la camisa de Diana, que era el nombre de la mujer del administrador.
Apareció ante mí el culo, pero un culo como no había soñado nunca otro igual en mi vida. …Era de un blanco deslumbrante. Igual que los pechos y los hermosos muslos.

Abajo del colosal culo, entre los muslos, aparecía la concha carnosa y jugosa en la que hurgué con un dedo juguetón.
Pegué mi pecho contra el culo desnudo de la mujer, y traté de rodear con mis brazos su inabarcable vientre, que colgaba como un globo majestuoso.
Entonces, besé sus nalgas, luego froté en ellas mi miembro…. Introduje mi ardiente pija en su concha, a modo de un cuchillo en una bola de mantequilla. Luego empecé a moverme como un condenado, haciendo rebotar mi vientre contra el elástico culo.
Eso me puso totalmente fuera de mí. Yo no sabía lo que hacía, y llegué al máximo de la voluptuosidad, eyaculando por primera vez mi semen en la concha de una mujer.


"Las hazañas del joven Don Juan"
Apollinaire

23 jul 2009


¿Hay un momento más hermoso?
Estoy contigo
y tú inflamas mi corazón.
Tomarme y acariciarme
cada vez que entras a mi casa
¿no es eso el placer?
Cuando buscas tomar
mis caderas y mis senos
¡no los dejes!
Magnífico es el día en que nos pasamos apretados.
Los cientos de miles y los millones no son nada en comparación.
¡Oh, mi dios, mi amigo!
Qué dulce que es sumergirme,
bañarme delante de ti...
Dejarte ver mi belleza,

en mi túnica de lino real
cuando está mojada.
¡Ah! ven, ¡mírame!
Tu amor ha penetrado todo mi ser
como la miel sumergida en el agua
como la esencia que penetra las especias
como cuando se mezclan nuestras savias...
...pues el cielo hace ascender su amor
como asciende la llama en la paja
Y mi deseo es como el picotazo de un buitre.
Turbada está mi sangre.
La boca de mi hermana es un pimpollo.
Sus senos, manzana de amor,
Sus brazos, una rama viva
que me ofrece un lugar secreto.
¿Vas a partir porque quieres comer?
¿Qué eres, pues, tú, esclavo de tu vientre?
¿Vas a partir para cubrirte?
¡Pero yo tengo sábanas sobre el lecho!
¿Vas a partir porque tienes sed?
Toma pues mi seno.
Lo que contiene sobra para ti.
Mi corazón está lleno de tu amor.
Y como corrí para encontrarte
se me ha caído la mitad de mis trenzas.
Mi corazón te desea (Oh, hermano mío)
Y haré por ti lo que busques
¡Estaré viva en tu abrazo!


Anónimo (Menfis o Tebas hacia 1500 antes de Jesucristo)
manuscrito de Londres.
Historia del Erotismo - Lo Duca

21 jul 2009


"Los ojos cansados advirtieron que en los lóbulos de las orejas había el mismo matiz rojo, cálido y sanguíneo, que se intensificaba hacia las yemas de los dedos. Podía ver las orejas a través del cabello. El rubor de los lóbulos de las orejas indicaba la frescura de la muchacha con una súplica que le llegó al alma. Eguchi se había encaminado hacia esta casa secreta inducido por la curiosidad, pero sospechaba que hombres más seniles que él podían acudir aquí con una felicidad y una tristeza todavía mayores. El cabello de la muchacha era largo, probablemente para que los ancianos jugaran con él. Apoyándose de nuevo sobre la almohada, Eguchi lo apartó para descubrir la oreja. El cabello de detrás de la oreja tenía un resplandor blanco. El cuello y el hombro eran también jóvenes y frescos; aún no mostraban la plenitud de la mujer. Echó una mirada a la habitación. En la caja sólo había sus propias ropas; no se veía rastro alguno de las de la muchacha. Tal vez la mujer se las había llevado, pero Eguchi tuvo un sobresalto al pensar que la muchacha podía haber entrado desnuda en la habitación. Estaba aquí para ser contemplada. Él sabía que la habían adormecido para este fin, y que esta nueva sorpresa era inmotivada; pero cubrió su hombro y cerró los ojos. Percibió el olor de un niño de pecho en el olor de la muchacha. Era el olor á leche de un lactante, y más fuerte que el de la muchacha. Era imposible que la chica hubiera tenido un hijo, que sus pechos estuvieran hinchados, que los pezones rezumaran leche. Contempló de nuevo su frente y sus mejillas, y la línea infantil de la mandíbula y el cuello. Aunque ya estaba seguro, levantó ligeramente la colcha que cubría el hombro. El pecho no era un pecho que hubiese amamantado. Lo tocó suavemente con el dedo; no estaba húmedo. La muchacha tenía apenas veinte años. Aunque la expresión infantil no fuese por completo inadecuada, la muchacha no podía tener el olor a leche de un lactante. De hecho, se trataba de un olor de mujer, y sin embargo, era muy cierto que el viejo Eguchi había olido a lactante hacía un momento. ¿Habría pasado un espectro? Por mucho que se preguntara el porqué de su sensación, no conocería la respuesta; pero era probable que procediera de una hendidura dejada por un vacío repentino en su corazón. Sintió una oleada de soledad teñida de tristeza. Más que tristeza o soledad, lo que le atenazaba era la desolación de la vejez. Y ahora se transformó en piedad y ternura hacia la muchacha que despedía la fragancia del calor juvenil. Quizás únicamente con objeto de rechazar una fría sensación de culpa, el anciano creyó sentir música en el cuerpo de la muchacha. Era la música del amor. Como si quisiera escapar, miró las cuatro paredes, tan cubiertas de terciopelo carmesí que podría no haber existido una salida. El terciopelo carmesí, que absorbía la luz del techo, era suave y estaba totalmente inmóvil. Encerraba a una muchacha que había sido adormecida, y a un anciano."


Yasunari Kawabata
La casa de las bellas durmientes

20 jul 2009



Me van quedando pocos hombres en el cuerpo. A veces sólo sus marcas. Falta un trozo de oreja donde hubo un beso, o la mitad de un labio. Menos vello en el pubis desde alguna caricia y estos paños de té frío en los ojos para bajar el ardor. Siempre les pedí que no me tocaran los pies. No podría vivir sin la ceremonia de ir cada noche a regar las plantas que nunca ninguno se atrevió a tocar. El último que vino a visitarme me contó que los helechos están mejor que nunca, que se respira vida en el patio.



El Jardín
Adriana Fernández

7 jun 2009

Desnudos, se hacen el amor delante de la chimenea.
El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son un solo, rítmico latido.
Un solo, rítmico latido cada vez más pujante.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares.


Oesterheld, H. G.
Amor

2 jun 2009


En medio de un enjambre de muchachas, desnuda Madame Edwarda sacaba la lengua. Ella era, para mi gusto, encantadora. La elegí: ella se sentó cerca de mí. Apenas tuve tiempo de responder al mozo: tomé a Edwarda que se abandonó: nuestras bocas se juntaron en un beso enfermo. La sala estaba abarrotada de hombres y de mujeres y tal fue el desierto donde el juego se prolongó. Un instante su mano se deslizó, y yo me quebré de pronto como un vidrio, y temblé en mis pantalones; sentí a Madame Edwarda, de quien mis manos contenían las nalgas, ella misma al mismo tiempo desgarrada; y en sus ojos más grandes, dados vueltas, el terror, en su garganta un largo estrangulamiento. Me acordé que había deseado ser infame o, más bien, que hubiera sido necesario(...)

"Madame Edwarda"
George Bataille, bajo el seudónimo de Pierre Angélique.

31 may 2009


Había una muchachita muy joven en el grupo;no tendría más de quince o dieciséis años de edad. No dejaba que la tumbaran en el sofá, pero acariciaba los rostros y los pechos de las chicas que se complacían con la candela. Grushenka la rodeó con su brazo y le susurró al oído:
— ¿ Quieres hacer por mí todo lo que yo haga por ti?... ¿Todo?
La muchacha asintió tímidamente; Grushenka entonces la tumbó en la alfombra, le levantó las enaguas y se puso a besarle el vientre; la muchacha era cosquillosa y se rió.
Grushenka le abrió las piernas y metió su cabeza entre los muslos de la niña. El lindo montecilio de Venus casi no tenía pelo aún; la muchacha luchaba contra la intrusión y se movía un poco, pero eso sólo servía para incitar más a Grushenka a poner en práctica lo que había aprendido durante su estancia en el establecimiento de baños de la señora Brenna.
La muchacha suspiró, arqueó su cuerpo, pegándose a la boca de Grushenka cuando se produjo el orgasmo. De hecho, la muchachita era virgen, y era la primera vez que obtenía un orgasmo. Se quedó rendida, sin moverse, con los labios ligeramente entreabiertos, sonriente y agotada.


"Grushenka"
Anónimo del siglo XVIII

30 may 2009

La Duquesa de Alba se sentía transformada por Dios sabe qué milagro; se imaginaba poseer el
cuerpo y la cara de la Duquesa de Málaga, su bella hermana, enclaustrada en el Carmelo. Conservó su mantilla negra sobre su cuerpo desnudo para acercarse púdicamente a Florencio, a continuación saltó sobre su bragueta, la abrió con un gesto seco y se metió su sexo en la boca. Absolutamente ignorante de las cosas de la reproducción, se imaginaba que era así como las mujeres eran fecundadas. Florencio cerró los ojos e intentó recordar a una muchachita de su barrio de Buenos Aires que, durante toda su infancia, se la ponía tiesa de inmediato con sólo
pensar en ella, pero el sexo no cobraba vida. La Duquesa le mordía el glande con demasiada fuerza.
Intentó apartar delicadamente la cara de la Duquesa con una mano, y cayeron al suelo la mantilla y la peluca. La Duquesa de Alba, por primera vez en su vida, experimentaba placer, y apretó los dientes, Florencio lanzó un grito, dio un salto de dos metros y fue a estrellarse contra una de las vidrieras de la biblioteca. La atravesó y cayó al jardín sobre un parterre de violetas, en medio de la lluvia, perdiendo sin cesar sangre por el abierto agujero de su sexo que la Duquesa le había seccionado con sus dientes. Tuvo un último pensamiento piadoso para su madre, luego dijo en voz alta: «¡Qué cosa, che!». Y expiró.

Copi, El autorretrato de Goya
de "Las viejas travestis"

26 may 2009

¿Acaso es nada más que una zona de abismos y volcanes enplena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de laespecie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez unatajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocenciay sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma?¿ O tansólo quizás una región marcada como un cruce de encuentroy desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?
No. Ni vivero de la Perpetuación, ni fragua del pecado original,ni trampa del instinto, por más que un solo viento exasperadopropague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquieraun lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo quehuye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.
A solas, sólo un número insensato, un pliegue en las membranasde la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.
Pero basta el deseo, el sobresalto del amor, la sirena delviaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz detodos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta elárbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias ysus secretas ciencias de extravío que se expanden de prontode la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismoque una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, lacorriente erizada reptando en busca del exterminio 0 la salida,escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que soncomo tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indeciblehasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfondacayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánicanoche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, conjadeo de bestia fugitiva, con su flanco azuzado por el látigodel horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misteriode la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosamaquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas comolabios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late laespuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de suprado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girandolocamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador queya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universoen expansión, con todo el universo en contracción para el partodel cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en lasangre la creación.
El sexo, sí,
más bien una medida:
la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.


Olga Orozco
El jardín de las delicias

El amor es un asunto de entrañas. Un vértigo sagrado
en el follaje glandular.

Leda Valladares

23 feb 2009

Memorias de Josephine Mutzenbacher

(...)
- ¿Lo tienes dentro ? - preguntó ella.-
Por completo - susurré.La mujer metió la mano entre nuestros vientres, y primero me palpó a mí y después a Alois. Tuve que toser,porque su pecho me oprimía el rostro. Ella se irguió, preguntándome :
- ¿Te gusta ?No respondí, pero cerré los ojos.
- Ya veo - insistió de nuevo -, Alois fornica bien, ¿no te parece ?
- Sí - respondí, al mismo tiempo que empezaba a subir y bajar mis caderas.
- ¿ Recibiste alguna vez algo más agradable que esto ? - quiso saber la niñera.
- ¡No! - dije, pues jamás había experimentado tal deleite.
- ¿Con quién fornicaste las veces anteriores ? - inquirió.
- Con Ferld - repliqué, ya que hacía tiempo que no vivía en la misma casa.
Pero ella quería saber el resto.
- ¿Y con quién más ? - pregunto con voz firme y autoritaria.
Tuve que responderle
- Con Robert.- Continúa
.- Con mi hermano.
Casi al borde de la locura por el placer y la excitación, los nombres me brotaban, y en mi estado de frenesí no reparé en ningún momento en cuáles podrían ser las consecuencias. Por fortuna dejó de hacerme preguntas, pero me dio la impresión de que se le había ocurrido una idea.Me desabotonó el corpiño y lo bajó, descubriendo mis diminutos senos. . Se humedeció los dedos y empezó a jugar con mis pezones, que estaban perfectamente planos. A medida que los acariciaba más y más rápido, como si los lamiera una lengua, se fueron endureciendo e hinchando. Y dado que Alois seguía haciendo un movimiento giratorio en mi interior, como si pretendiera hacerme más grande la rendija, el cosquilleo resulto ser tan intenso que casi me volví loca. Gemí sordamente y murmuré:
- ¡Estoy a punto... estoy a punto !
Respondiendo a cada movimiento, Alois se afanó cada vez con mayor rapidez. Una sensación de calor invadió todo mi cuerpo y me estremecí. Sentía que no podría resistir más tiempo.Alois susurró:
- ¡Y ahora el final... con placer!
A medida que sacaba lentamente el miembro, junté mis piernas con fuerza, temerosa de perderme de la gran sensación que me produciría el final, pero volvió a introducirme el instrumente. Clementina seguía entretanto acariciándome los pechos. Me embargo de la cabeza a los pies la maravillosa sensación que me puso tensa, y alcancé mi meta tres veces seguidas.Emití una breve exclamación, Y Clementina me tapó la boca con la mano. Al eyacular Alois sentí que un cálido torrente se derramaba en mi hendidura, y me vine de nuevo, con lo que fueron cuatro veces. Jamás había logrado esto.

Felix Salten

Manos


Desde que llegaste tus manos están movedizas. Me capturaron hace un rato, mientras conversábamos sobre algo interesante que ya olvidé. Y volvieron al ataque amoroso antes incluso de que nos diéramos el primer beso. Ellas aben lo que quieren, o tal vez no, no saben, y prueban por mis brazos, por mi cintura, mis piernas. Tus manos acarician, claro, pero también pellizcan y raspan y alivian. Tus manos no solamente me tocan: me dan forma.

Sandra Russo
Erótika

19 feb 2009


Algún día tú caminaras por esta casa
y tendremos una larga partida
Africana
te sentarás en el suelo y dirás "Los negros..."
y yo sacaré un brazo
entonces tú - sin darte mucha cuenta -
dirás "Sobre este asunto, hermano..."
y lo deslizaré en mi cabeza
entonces me sofocarás con "La revolución..."
mientras sostengo tu mano en mi estómago
tu continuarás - como siempre lo haces - diciendo
"Eso es algo que no puedo manejar..."
mientras yo moveré tu mano hacia arriba y
hacia abajo
y te quitaré tu dashiki
entonces dirás "Lo que en realidad necesitamos..."
y cuando te quite los calzoncillos
recién notarás que estas desnudo
y conociéndote dirás
"Nikki/
no es esto contrarevolucionario..."

Nikki Giovanni
Seducción

13 feb 2009


-...Tus manos no te pertenecen, ni tus pechos, ni mucho menos ninguno de los orificios de tu cuerpo que nosotros podemos hurgar y en los que podemos penetrar a placer. A modo de señal, para que tengas constantemente presente que has perdido el derecho a negarte, en nuestra presencia, nunca cerrarás los labios, ni cruzarás la piernas, ni juntarás las rodillas (como habrás observado que se te ha prohibido hacer desde que llegaste), lo cual indicará para ti y para nosotros que tu boca, tu vientre y tu grupa están abiertos para nosotros.

"Historia de O"
Pauline Réage / Dominique Aury (1907-1998)

9 feb 2009


El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla y ella misma deja de ser presencia. Dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta iluminada por la luz de una lámpara y pronto vuelta a la noche, el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de estos fragmentos ve por sí solo pero alude a la totalidad del cuerpo. Ese cuerpo que, de pronto, se ha vuelto infinito. El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una substancia informe e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la pérdida de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una substancia oceánica, evaporación de la esencia. No hay forma ni presencia: hay la ola que nos mece, la cabalgata por las llanuras de la noche. Experiencia circular: se inicia por la abolición del cuerpo de la pareja, convertido en una substancia infinita que palpita, se expande, se contrae y nos encierra en las aguas primordiales; un instante después, la substancia se desvanece, el cuerpo vuelve a ser cuerpo y reaparece la presencia. Sólo podemos percibir a la mujer amada como forma que esconde una alteridad irreductible o como substancia que se anula y nos anula.

LA DOBLE LLAMA
Octavio Paz

8 feb 2009


-Tengo celos de lo que me imagino que está haciendo, porque cada uno de esos movimientos los he hecho yo antes que ella, y tengo miedo de la parte mía que está en ella, como cuando nos miramos en el espejo y lo vea a Juan desnudo con una mujer desnuda apretada contra él, y no me importa que esa mujer sea yo misma, porque soy y no soy al mismo tiempo, como Ana, que en este momento no es Ana, porque él está pensando en mí mientras la besa, porque él sabe que yo estoy acá respirando agitada como un animal en celo junto a la puerta.Las piernas de Catalina se apretaron inmovilizando su mano mojada entre los muslos, las ondas surgieron del fondo de algún lado y crecieron en olas sucesivas hacia las paredes inexistentes, que encerraban aquella nada desbordada de sí misma. -No quiero terminar -llegó a decir, mientras los párpados se cerraban sobre los ojos y la boca se abría a la espera del sollozo que la última ola depositó en la costa de su angustia.El llanto explotó en su cara, superó las cejas y plegó la frente hasta los mismos límites del pelo, se demoró en los pómulos y se hundió en las palmas abiertas de sus manos.

No desearás la mujer de tu prójimo
Dalmiro Sáenz

6 feb 2009

Disquisiciones de una mujer cualquiera


Estoy recostada sobre el brazo amado y lo sé, serenamente mío limpiamente mío. Pero cierro los ojos y siento otro cuerpo de hombre junto a mí. Y lo deseo. Atracción de pecado: tentación, sueño ilícito. Tiene el rostro y el cuerpo del que llegó como el primer amor, pero no es aquél adolescente. Este me tienta con una desnudez maravillosa. Y me toca. Yo, madura para el toque, ardo.
Abro los ojos y la tranquila mirada del padre de mis hijos me hace sonreír. Todo está claro. Yo lo amo. Es un sueño turbador. Un soplo de Satán. Entonces, acaricio la mano real que está tan cerca; pero siento que lo hago como pidiendo permiso para “el otro” y empiezo a dejarme asediar nuevamente por su desnudez ardiente detrás de mis ojos cerrados. ¿Cómo hacer para conocer en verdad el pecado, para guardar hasta el juicio final la quemadura del roce prohibido?
¿Qué es lo que deposita esta dulce tentación en mi cuerpo? ¿Es mi cuerpo y es mi mente, que liberan lo que siempre quise y acallé y ahora se escapa?
Me acerco a su desnudez, primera ante mis ojos, me abro. Pero la mano real y la pregunta -¿cansada?- me incorporan al lugar y al hombre.

Disquisiciones de una mujer cualquiera
Gaby Vallejo
Bolivia

11


Él me ama. Me ama tanto que yo huelo la muerte en sus caricias,en su mirada veo el crimen, en cada gesto suyo: la absorción,el tironeo.
En el Espectáculo de Suamor la tierra gira a una velocidad quedeforma mi cuerpo...
Succionada por su sed, yo: una gota de carne horizontal, que élse dispone a chupar, sin pudor alguno.
Espera con espasmos, con ira, con sollozos, el momento justo,enfocado, fatal, de abalanzarse sobre eso y penetrarlo.
Enarbolar ese coágulo de vida, levantarlo como una ofren-da a su espejo.
Haga lo que haga, él ha decidido amarme, izarme en su soledadcomo una bandera santa, sangrienta. Ya me ha condecorado,condenado con Suamor.
Cómo busca en su cuerpo si cada roce sería una profecía; susextremidades como tentáculos traspasarían mis fronteras.
Caer en sus brazos: desbarrancarme por su avidez. Más quetomarme, atravesarme, hincarme en lo puntiagudo de suhistoria, clavarme en su cruz particular, hacerme la virgenmadre de su santuario musculoso.
Devorar algo en mí que todayó le represento, o sea, tenerme,hacerme suya, hacerme de él.
Él, ser eso que soy.
Susana Cerdá

Viacrucis


Cuando entro
y estás poco iluminada
como una iglesia en penumbra
Me das un cirio para que lo encienda
en la nave central
Me pides limosna
Yo recuerdo las tareas de los Santos
Te tiendo la mano
me mojo en la pila bautismal
tú me hablas de alegorías
del Viacrucis
que he iniciado
—las piernas, primera estación-
me apenas con los brazos en cruz
al fin adentro
empieza la peregrinación
nombro tus dolores
el dolor que tuviste al ser parida
el dolor de tus seis años
el dolor de tus diecisiete
el dolor de tu iniciación
muy por lo bajo te murmuro
entre las piernas
la más secreta de las oraciones
Tú me recompensas con una tibia lluvia de tus entrañas
y una vez que he terminado el rezo
cierras las piernas
bajas la cabeza

Cuando entro en la iglesia
en el templo
en la custodia
y tú me bañas

Cristina Peri Rosi

Femenino


Tu grieta se deja ver. A menudo te llevo hacia su orilla. A veces te provoco y te llevo hasta ese lugar tuyo en el que florece lo titilante y lo ambiguo. Te llevo hasta tus dudas. Y algo femenino me saluda. Algo tan nítidamente femenino que no se presta al disimulo. Tu grieta guarda tus esperanzas. Tu visión mágica de la vida. La descripción de tus hijos. Tus sueños. Tu fragilidad. El recuerdo de los partidos que no ganaste, las fotos en las que saliste movido. Tus errores y tus fracasos no son mugre para esconder bajo la alfombra. Allí están, sostenidos por las salientes de la grieta, y no es que ahí dejen de doler, que va, duelen, pero se ven. Solo cierto tipo femenino de valentía. Hasta te diría que el dolor en si mismo es un territorio femenino mas allá de a quien le toque. Y quizás por eso, ahora que lo pienso, cuando reís la tuya es la risa mas fresca del jardín.

Sandra Russo
Erótika

6 ene 2009

No hagas tango


Triste, reaccionario, niño, amor, basta, déjame, glotón, vamos a casa. En la casa del cerro (herencia de mi padre, era muy rico ¿sabes? déjame, loco) el hombre cayó abrazado a la mujer que jugaba a resistirse, a ceder, al juego de la señora y el doctor, cayó sobre la cama inmensa de kilómetros de exilio, cayeron vestidos todavía, desnudándose, mordiéndose, besándose, la mulata de Baudelaire, mi negra, mi Cara de Tango, macho sombrío, triste, reaccionario, ella cerrando los ojos, concentrándose en el puro goce de ese orgasmo imprevisto, fugaz, perdóname, Tango, perdóname, Macho, ahora te toca a ti. Se abrió la cueva húmeda. Pase mi rey, pase mi huésped, entra mi negro, mátame. Él estaba acostado en la blanca cama de espuma, con la mulata que había nacido en Pekín porque su padre era embajador -espérame tantito ¿quieres?- y ella seguía hablando desde el baño, orinando su dulce miel como un verso de Neruda, volvía bamboleándose, mira a tu novia ¿te agrada tu novia? hablando como una popi, paseándose desnuda por la recámara, excitándolo, contándole sus viajes por el mundo, las brujerías de su madre negra que su padre se robó en Jamaica. Era muy racista el güero, nunca me pudo querer. Mi padre, el padre, el Padre de los pobres: ella quería que le contara historias de Perón. Estaban desnudos, saciados de la primera vez, fumando y tomando agua mineral, para que la segunda vez fuera mejor, más amistosa, no ese relámpago de destrucción al que se habían entregado en la casa del cerro. Dos veces, dos muertes. La primera vez, dijo el hombre, yo no entendía, era un pendejo, un estudiante muy humanista, muy antifascista, claro, muy pequeño burgués, una buena conciencia; la segunda no quise equivocarme, quise creer en el Padre ¿entiendes? Ser como todos, fundirme en ese Todo como tú en el Zen. Mi padre era un viejo, dijo ella, un podrido viejo cargado de medallas. Cuando dejó a mi madre, ella se ahogó en el mar. ¿Por qué te cuento esto? No me gusta hacer tango. Cántame un tango, cántale un tango a tu novia fea, fea, fea, pidió y se echó a llorar porque ahora era una niñita sola en el mundo, no era la Diosa ni la mulata de Baudelaire, sino una pobre muchacha pidiendo que le cantaran un tango. ¿Quieres? Sí, dijo él y le cantó el tango de la casita de mis viejos y otros tangos con patios y mujeres enfermas y jazmines. Todo eso está muerto, pensó. Pero él no estaba muerto, estaba acariciando los hermosos pechos de su amiga, las caderas inmensas, el sudor de los muslos, trepando por ella como por el Árbol de la Vida que tenía en su cuarto, bebiéndosela, emborrachándose de su boca, del suave pulque de su vagina. Mi rey, gimió ella y se quemaron juntos otra vez y se durmieron y despertaron abrazados y con frío. Sí, es lo que vi, dijo el hombre, vi a la gente calentándose con las fogatas, toda la noche, esperando a su padre, al General, al Macho. Yo estaba con ellos, pero no era uno de ellos ¿entiendes? El Espía de Dios. El poeta es el Espía de Dios, dijo ella. No soy poeta. Sí, lo eres dijo la mujer lamiéndole el vello del pecho, succionando las tetillas del hombre porque ahora soy tu niña ¿quieres? bajando hasta el sexo de su amigo, su hermano de la noche. Él miró la cabeza de la mujer allá abajo, la boca, la mata del pelo oscilando en un movimiento loco de polea, en una frenética negación, su propio pene como un péndulo de delirio. Mi rey. Mi negro. Y otra vez cabalgaron los dos. El caballo, la yegua negra en un campo de incendio. Mi rey. Mi negra. Ven. Claro que voy, espérame. Los cuerpos quedaron extenuados. La madrugada empezaba a filtrarse por las ventanas, el día, la certidumbre de despertar. El hombre miró a su amiga que dormía. Oyó tangos de Buenos Aires, tangos de la memoria, tangos, tangos, tangos de cuando era demasiado joven, cuando la revolución era una palabra, un improbable porvenir y no esos militantes entre los que no estaba, sabiendo que esa sería su condena, su muerte, el equívoco síntoma de su vejez en el momento de escribir su análisis político de la situación, mañana, dentro de unas horas, cuando brillara el sol. Ella despertó. Le dijo: duérmete; esta tarde seré tu compañera en La Siesta del Fauno, pero ahora duérmete, por favor. Pienso en mis muertos, dijo él. Duérmete. Están matando a mi gente. Duérmete, te digo. Si al menos supiera que lo que escribo sirve para algo. No hagas tango, mi amor. Atan los cuerpos con alambres de púa, los hacen volar con dinamita... Duérmete, ordenó la mujer. El hombre se cubrió con la sábana, se acercó a su amiga y prometió no hacer tango. Mientras la acariciaba pensó en Hansel y Gretel abandonados en el vasto mundo. Entonces se durmió. Pobre amor -dijo la mujer mientras acariciaba la cabeza del hombre dormido- estás lleno de sueños, de la podredumbre de los sueños. Creo que te mereces un descanso.