Me van quedando pocos hombres en el cuerpo. A veces sólo sus marcas. Falta un trozo de oreja donde hubo un beso, o la mitad de un labio. Menos vello en el pubis desde alguna caricia y estos paños de té frío en los ojos para bajar el ardor. Siempre les pedí que no me tocaran los pies. No podría vivir sin la ceremonia de ir cada noche a regar las plantas que nunca ninguno se atrevió a tocar. El último que vino a visitarme me contó que los helechos están mejor que nunca, que se respira vida en el patio.
El Jardín
Adriana Fernández