6 abr 2008

Retórica erótica


Así ella desearía ser raptada una, dos veces, marcada por la voluntad de esa mano que también sabrá tocarla como a un instrumento musical. Tal su optimismo, su instinto de juego en el instante mismo que, para los otros, será su tragedia. El raptor, sus largos cabellos ofrecidos a esas manos, hace de su pesimismo el arma más dulce: violenta, no pone ninguna distancia ¡oh, dioses bienaventurados!, entre el deseo y el acto.

Alzada por él, ella sonríe, alzada, y aunque parezca dolor, en su rostro hay sólo la altura que tiene conciencia del tiempo. ¿Cuánto podrá, así, no caer, cuánto más los dedos hundirán felizmente su carne, hecha para esas penetraciones? Él oculta su cabeza en ella y nada se sabe, más que el brillo de sus ojos.

Escandalosa,
para él que no
conoce los límites
de su propia dulzura, tan obscena.
Caída, lánguida
y sola en ese nido,
esa cueva, lecho
a su medida:
nocturna y nada
oscura, lunar.
Satén y plumas
para amar y ser leída, para beber y ser
bebida, fingiéndose dormir.
Escandalosa, para lo hecho pecho, fulgura
ante él, será de él: ah! quién pudiera
quedar, así
poseída.
Si él se quedara ahí,
así, adentro,
ella no caería
nunca.
Lo dice y
balancea su
peso sobre
él,
sobre el
vacío, sobre
la frase.
Y él, que
trabaja para
el placer,
pero
alimenta la
tristeza,
apretando su
carne habla.
Ella ríe de lo que él habla: come
de lo que él pone entre sus dientes.

Si él cortara sus cabellos ella no tendría
de dónde sostenerse, y él avisa
que los cabellos son una materia frágil,
mientras le acomoda
el pelo en la frente, lo quita
de sus hombros, despeja las curvas
de la oreja para hurgar,
como si nadie
viera, como si nadie se diera
cuenta de nada.

Juega a ser su propia ofrenda, en lo
desamparado de dar y recibir. Su gesto
copia cierto éxtasis, pero ella no goza,
sonríe, piensa en actos y sonríe, apenas.
Como su dolor esparce luz ella está
iluminada, perdida en esa luz,
y al darse espera ser tomada por él,
oscurecida, al fin oscurecida.


Hacer de sí la obra, volver actor al otro,
para que lo mismo improvise su forma,
su ilusión de único, inefable.
La perfección de un momento que habla
en los cuerpos, aúlla, aunque fallen las
palabras: blasfemias, abrazos
furiosos como un sonido atroz de
maravilla.
Él no cree y es su falta de fe lo que
prodiga.Ella escucha el insulto amoroso del callar.