14 ago 2010

La nana y el iceberg


"Le rogué que se portara bien, que se pusiera a volar, que no me dejara abandonado justo ahora, desamparé con mi mano la caliente hendidura de tu cuerpo para ir a trabajar ese apéndice mío que ya debería estar entrando y saliendo de tu hendidura, y nada, inútil, sin respuesta. Yo sé que te acuerdas de todo: se supone que también era la primera vez para ti. No podía conseguir que ese mono frío ahí abajo obedeciera las órdenes. Traté de concentrarme en tus sofocados susurros de placer, en tu expectante excitación, pero lo único en que podía pensar era en mi padre a miles de kilómetros hacia el sur. En ese mismo momento debía estar tirándose a su mina número cinco mil cuarenta y tantos, interponiéndose entre tu cuerpo y el mío, Janice, entre mi cuerpo y mi pico. Mi papá me jodió, mi madre me había jodido al contarme prematuramente esa historia, el desgraciado del Che Guevara me había jodido al morirse y dejarme con vida para escuchar tu voz que me preguntaba qué pasaba, ¿si algo me pasaba? Me lo preguntabas con tus labios y con tus tetas y con los músculos que te temblaban en los muslos y con los dedos de los pies que me rascaban suavemente el trasero, y yo tuve que abandonar el bote, esa noche y las dos noches que siguieron, hasta que me di enteramente por vencido."


Ariel Dorfman
La nana y el iceberg