La Duquesa de Alba se sentía transformada por Dios sabe qué milagro; se imaginaba poseer el
cuerpo y la cara de la Duquesa de Málaga, su bella hermana, enclaustrada en el Carmelo. Conservó su mantilla negra sobre su cuerpo desnudo para acercarse púdicamente a Florencio, a continuación saltó sobre su bragueta, la abrió con un gesto seco y se metió su sexo en la boca. Absolutamente ignorante de las cosas de la reproducción, se imaginaba que era así como las mujeres eran fecundadas. Florencio cerró los ojos e intentó recordar a una muchachita de su barrio de Buenos Aires que, durante toda su infancia, se la ponía tiesa de inmediato con sólo
pensar en ella, pero el sexo no cobraba vida. La Duquesa le mordía el glande con demasiada fuerza.
Intentó apartar delicadamente la cara de la Duquesa con una mano, y cayeron al suelo la mantilla y la peluca. La Duquesa de Alba, por primera vez en su vida, experimentaba placer, y apretó los dientes, Florencio lanzó un grito, dio un salto de dos metros y fue a estrellarse contra una de las vidrieras de la biblioteca. La atravesó y cayó al jardín sobre un parterre de violetas, en medio de la lluvia, perdiendo sin cesar sangre por el abierto agujero de su sexo que la Duquesa le había seccionado con sus dientes. Tuvo un último pensamiento piadoso para su madre, luego dijo en voz alta: «¡Qué cosa, che!». Y expiró.
Copi, El autorretrato de Goya
de "Las viejas travestis"