6 feb 2009

Disquisiciones de una mujer cualquiera


Estoy recostada sobre el brazo amado y lo sé, serenamente mío limpiamente mío. Pero cierro los ojos y siento otro cuerpo de hombre junto a mí. Y lo deseo. Atracción de pecado: tentación, sueño ilícito. Tiene el rostro y el cuerpo del que llegó como el primer amor, pero no es aquél adolescente. Este me tienta con una desnudez maravillosa. Y me toca. Yo, madura para el toque, ardo.
Abro los ojos y la tranquila mirada del padre de mis hijos me hace sonreír. Todo está claro. Yo lo amo. Es un sueño turbador. Un soplo de Satán. Entonces, acaricio la mano real que está tan cerca; pero siento que lo hago como pidiendo permiso para “el otro” y empiezo a dejarme asediar nuevamente por su desnudez ardiente detrás de mis ojos cerrados. ¿Cómo hacer para conocer en verdad el pecado, para guardar hasta el juicio final la quemadura del roce prohibido?
¿Qué es lo que deposita esta dulce tentación en mi cuerpo? ¿Es mi cuerpo y es mi mente, que liberan lo que siempre quise y acallé y ahora se escapa?
Me acerco a su desnudez, primera ante mis ojos, me abro. Pero la mano real y la pregunta -¿cansada?- me incorporan al lugar y al hombre.

Disquisiciones de una mujer cualquiera
Gaby Vallejo
Bolivia