10 nov 2005

Tatuada

Sintió el ardor al darse vuelta sobre la cama. Miró de reojo el hombro y vio alli la marca de su boca. Sonrió. En aquel momento era consciente del dolor, pero era tanto el placer que se mezclaba hasta confundirse en una misma cosa.Cada vez que se iba, él dejaba alguna huella. En la semioscuridad del pasillo entre la entrada y el espejo, en todos los rincones en que la aprisionaba sin pedir permiso, en la cama deshecha, entre libros y almohadones por el piso.
Esta vez la huella había quedado en su cuerpo.
En su mente resonando como eco otras palabras, aquéllas que hablaban del que muerde por debajo de la propia piel. El que se lanza como un perro a buscar lo que es suyo. Volvió a mirar su hombro largamente.
Hembra tatuada.
Recordó el temblor de su cuerpo y los gemidos ahogados por su propia mano. El cabello oscuro, revuelto que caía sobre sus pechos y le cubría en parte su absoluta desnudez. Ella sobre él, él sobre ella, amarrándola, sujetándola, aprisionándola, mordiendo su carne en medio del estertor que los sacudía, ella dejándose hacer, otorgando, propiciando todas y cada una de las caricias que se iban sucediendo como un engranaje perfecto.
Cerró sus ojos y volvió a sonreir sacudiendo su cabeza con resignación ante lo evidente.
Y por unos instantes sintió -otra vez- la humedad latiendo entre sus piernas.