" (...) Noté un pegote blando y frío, y luego un dedo, alarmantemente, perceptible por sí mismo, que entraba y salía de mi cuerpo, distribuyendo finalmente el sobrante alrededor le la entrada.
-Eres un hijo de puta... Chasqueó repetidamente la lengua contra los dientes.
-Vamos, Lulú, ya sabes que no me gusta que digas esas cosas.
Lancé las piernas hacia delante. Conseguí golpearle en la espalda un par de veces. Intentaba hacer lo mismo con los brazos cuando noté la punta de su sexo, tanteándome.
-Estate quieta, Lulú, no te va a servir de nada, en serio... Lo único que vas a conseguir, si sigues haciendo el imbécil, es llevarte un par de hostias -no estaba enfadado conmigo, me hablaba en un tono cálido, tranquilizador incluso, a pesar de sus amenazas-, pórtate bien, no va a ser más que un momento, y tampoco es para tanto -me abrió con la mano derecha, notaba la presión de su pulgar, estirándome la piel, apartándome la carne hacia fuera-, además, tú tienes la culpa de todo, en realidad, siempre empiezas tú, te me quedas mirando, con esos ojos hambrientos, yo no puedo evitar que me gustes tanto...
Su mano derecha, que imaginé cerrada en torno a su polla, presionó contra lo que yo sentía como un orificio frágil y diminuto.
-Eres un hijo de puta, un hijo de puta... Luego Ya no pude hablar, el dolor me dejó muda, ciega, inmóvil, me paralizó por completo. jamás en mi vida había experimentado un tormento semejante. Rompí a chillar, chillé como un animal moribundo en el matadero, dejando escapar alaridos agudos y profundos, hasta que el llanto ahogó mi garganta y me privó hasta del consuelo del grito, condenándome a proferir intermitentes sollozos débiles y entrecortados que me humillaban todavía más, subrayando mi debilidad, mi rotunda impotencia frente a aquella bestia que se retorcía encima de mí, que jadeaba y suspiraba contra mi nuca, sucumbiendo a un placer esencialmente inicuo, insultante, usándome, igual que yo había usado antes aquel juguete de plástico blanco, me estaba usando, tomaba de mí por la fuerza un placer al que no me permitía ningún acceso. Aunque no pensé que fuera posible, el dolor se intensificó, de repente. Sus embestidas se hicieron cada vez más violentas, se dejaba caer sobre mí, penetrándome con todas sus fuerzas, y luego se alejaba, y yo sentía que la mitad de mis vísceras se iban con él. La cabeza me empezó a dar vueltas, creí que me iba a desmayar, incapaz de soportar aquello ni un solo minuto más, cuando empezó a gemir. Adiviné que se estaba corriendo, pero yo no podía sentir nada. El dolor me había insensibilizado hasta tal punto que solamente era capaz de percibir dolor.
Luego, se quedó inmóvil, encima de mí, dentro le mí todavía.
Me mordió la punta de la oreja y pronunció mi nombre. Yo seguía llorando, sin hacer ruido. (...)"
Grandes, Almudena
Las edades de Lulú
Grijalbo Mondadori, S.A. Barcelona, 2000