Se sentía excitada, pero con miedo. Siempre, las mujeres pensamos que nosotras somos las únicas que tenemos miedo, se dijo. Los hombres son la seguridad, el sexo fuerte; nosotras somos lo incierto, el sexo débil. ¿Será verdad? Respóndeme papacito, háblame, y ay, qué tipo más sabroso. ¿Me dirá algo? ¿Le voy a responder? Tiene linda boca. y entreabrió los ojos, justo cuando empezaba a imaginar la pinga del fulano. Era alto, grande, fuerte. Bien podía ser un mequetrefe, pero no lo parecía. Había algo en él que la atemorizaba. ¿Cómo sería -se preguntaba con insistencia- puesto a trabajar en una cama? ¿ y su pinga? Muchas veces los hombres son completamente decepcionantes: cuando no se disculpan por que la tienen chica, hacen advertencias por si acaso no se les para; o bien la tienen como de madera pero no la saben usar. O si no, son faltos de imaginación, tanto como la mayoría de las mujeres. Eso, se dijo, eso es lo grave: la falta de imaginación que todos tenemos. Se pasó la lengua por la boca. ¿ Por qué lo provocaba? ¿Por qué se excitaba al coquetearlo, si también ella sentía miedo? Si cada vez que un hombre la abordaba sentía esa cosa hermosa, gratificante, de comprobar su poder, pero a la vez temía, no sabía bien qué, pero temía como una niñita perdida de sus papás. ¡Ah, si el tipo la mirara en ese preciso instante, en que con los ojos cerrados se pasaba la lengua por los labios, já, se volvería loco! Seguramente, estaba pensando en cómo iniciar la charla, y ¿qué le diría ? Ellos siempre creen que son originales, pero siempre dicen lo mismo. Todos, lo mismo. y una, siguiéndoles la corriente sólo si el chico nos interesa, pero también diciendo lo mismo. Los hombres -amplió la sonrisa, escondió la lengua- son como animalitos: torpes, previsibles, encantadores. Pero también terríficos, peligrosos cuando adquieren fuerza o cuando se ponen tontos. Que es lo que casi siempre les ocurre.Entonces pensó en mirarlo a los ojos. No le diría nada, no necesitaba hablar. Sencillamente le regalaría una mirada, una media sonrisa y bajaría los ojos. Eso sería suficiente para que él supiera que podía empezar su jueguito. Y vaya que se lo seguiría. Pero decidió pestañear primero, por si él la miraba en ese instante; sería como un aviso, ya la vez una incitación. Si mantenía su mirada al ser mirado y luego le hablaba, cielos, ese tipo valía la pena.
Mempo Giardinelli
"Sentimental Journey", en "10 relatos eróticos"
Plaza & Janés, Barcelona, 1996.