26 oct 2007


"Hay mujeres que prefieren dejar insatisfecha a su pareja de turno antes que ser reducidas a objetos de placer. (Es historia conocida: deja a su marido, se casa con su amante y lo engaña con el jardinero.) Bueno, Lucía era todo lo contrario. No sólo ella se reducía a objeto de placer. También reducía todo lo que la rodeaba a objeto de placer, incluído yo. Como un Midas de bazar, en sus manos los músculos se transformaban en vasos de vidrio irrompible que merecían ser puestos a prueba. Vieron la película coreana "Mentiras" ? Bueno, nuestra relación era parecida a eso. Teníamos una vara de mimbre. Y a veces era yo el que le dejaba las nalgas ardiendo a ella. Es impresionante la temperatura que puede levantar la piel. Y el placer de sanar es inmenso. Empieza unos segundos después del último golpe.
Algunas tentaciones nos angustian por su novedad. A veces el goce se vuelve algo insoportable. Besar un moretón, lamer una herida.
-Me das miedo, Lucía -decía yo por teléfono, mientras me preparaba para salir a verla."