19 jun 2008

Marea del Yin


Primero él ha de mojar dulcemente
su tallo de bambú en la miel que cubre
los pétalos del loto.
Es entonces que ella debe introducírselo
hasta la empuñadura
para imitar después la cadencia del mar
en las noches de verano.

Exquisiteces de
El Florido Byte

2 jun 2008


" Los amantes incorporan el mundo entero a su totalidad. Todas las imágenes clásicas de la poesía amorosa lo confirman. El río, el bosque, el cielo, los minerales de la tierra, el gusano de seda, las estrellas, la rana, el búho, la luna, demuestran el amor del poeta. La poesía expresa la aspiración a esa correspondencia, pero es la pasión la que la crea. La pasión aspira a incluir el mundo entero en el acto de amar. El hecho de querer hacer el amor en el mar, volando por el cielo, en esta ciudad, en aquel campo, sobre la arena, entre las hojas caídas, con sal, con aceite, con frutas, en la nieve, etc., no significa que se precisen nuevos estímulos, sino que expresa una verdad que es inseparable de la pasión. La totalidad de los amantes se extiende, de manera diferente, a fin de incluir el mundo social. Todos los actos, cuando son voluntarios, se llevan a cabo en nombre de la persona amada. Lo que el amante cambia entonces en el mundo es una expresión de su pasión.
(...)
La totalidad de la pasión oprime (o socava) al mundo. Los amantes se aman con el mundo. (Al igual se podría decir que con todo su corazón o con sus caricias.) El mundo es la forma de su pasión, y todos los sucesos que experimentan o imaginan constituyen la iconografía de su pasión. Por eso la pasión está dispuesta a arriesgar la vida. Se diría que la vida es tan sólo la forma de la pasión. "

John Berger
El sentido de la vista

21 may 2008


" En aquel hotel de Agay, pensaban sólo en sí mismos y en conocerse por completo, en abrir sus vidas entre dos vínculos, atractivamente habituales. Noches similares, rostros fatigados, pausas seductoras, y dejaba ella correr sus dedos por el hombro desnudo del amante para expresarle su recompensa o deslumbrarle y él cerraba los ojos, sonreía de placer. Reposaban abrazados de sus significativas penalidades, se dormían después de tiernos susurros y glosas, emergían del sueño para acercar sus labios o para unirse mejor el uno al otro, o confusamente yacer, medio dormidos, o furiosamente encontrados, repentinamente dispuestos. Y proseguía luego el sueño conjunto, tan grato. ¿Cómo no dormir juntos? Al amanecer, él la abandonaba dulcemente, velando por no despertarla y se iba a su cuarto. A veces ella abría los ojos. No me dejes, gemía. Pero él se desprendía de sus brazos que lo retenían ligeramente, la tranquilizaba, le aseguraba que no tardaría en volver. Sus alejamientos matutinos eran porque no quería que ella lo viese imperfecto, sin afeitar ni bañar. "
Albert Cohen
Bella del Señor (fragmento)
" Ya no sentían gran pasión. Encontraban el placer al cabo de una cordialidad pausada, de la familiaridad de sus hábitos y prácticas, del acoplamiento firme y preciso de sus cuerpos, tan confortable como un modelo devuelto a su molde. Eran generosos y pausados, y no necesitaban mucho. Pero si alguien les hubiera dicho que se aburrían, lo habrían negado con indignación.
(...)
Después, una palabra pareció repetirse a sí misma, una palabra suave y resonante, generada por la carne al deslizarse sobre la carne, una cálida, susurrante y equilibrada palabra: casa; estaba en casa, protegido, a salvo, y por lo tanto capaz de proteger: la casa que poseía y que le poseía. En casa: ¿por qué iba a estar en ningún otro lugar? ¿No era una pérdida de tiempo hacer cualquier otra cosa que no fuera eso? El tiempo se redimía, el tiempo asumía de nuevo todo su sentido porque era el medio para la culminación del deseo. "

Ian McEwan
Entre las sábanas (fragmento)

13 may 2008


"...Mi mujer vuelve a acomodarse y ambos quedan tendidos en el espacio entre la mesa y la pared, acariciándose apenas. Alcanzo a distinguir cómo se eriza la piel de mi mujer. Llega un momento en que los dos parecen estar dormidos. Siento mi miembro erecto aplastado por la pila de carpetas, que empieza a ceder, recorrido por un dolor entre angustioso y gratificante, retenido.
Lo primero que se mueve es la mano del hombre, que vuelve a acariciar y después a introducirse en el surco de las nalgas, destacándose morena contra el blanco purísimo de la piel de mi mujer, que despierta con un estremecimiento de todo el cuerpo.El temblor parece transmitirle energía al hombre, que toma a mi mujer y la alza en peso, mientras él se entrepara. Mi mujer alcanza a aferrar con los brazos los dos pilares de la U de madera, y resiste el embate rítmico del hombre por detrás. Ahora sí abre los ojos de par en par y me mira fija, hipnóticamente, hasta que se ve obligada a cerrarlos cuando ambos llegan por segunda vez al orgasmo.
La mesa se ha sacudido casi hasta descolarse, una de las carpetas se ha desplazado de la pila y ha caído, pero sin sacarlos del trance animal en que se mueven.Ya me duele el brazo, y la erección ha desaparecido: siento todo el cuerpo al borde del calambre. Pienso que tal vez vuelvan a caer, a relajarse, dormirse: son las cinco menos diez.
Pero el rostro de mi mujer, que se ha echado hacia atrás esquivando hábilmente el borde de la mesa para quedar unos instantes de rodillas junto a las piernas del hombre, sufre una transformación horrible: recobra en un segundo los rasgos cotidianos, la leve arruga nerviosa en la comisura izquierda de los labios, el gesto general alerta, defensivo. Cuando la mano del hombre intenta acariciarle la espalda, ella se la aparta, eficaz y terminante, mientras le dice que tiene que ir ya mismo a buscar a nuestros hijos a la escuela.
No sé de qué manera, pero el hombre expresa con las piernas (por las que el pantalón ha bajado hasta formar una especie de pedestal informe), con las manos, incluso con el miembro, que ha recibido el mensaje, el baldazo de agua fría. Una de las manos baja despacio y alza la enagua de mi mujer, aquella de seda ocre que le compré en Harrod's para nuestro quinto aniversario. Pienso que va a alcanzársela, pero lo que hace es limpiarse con cuidado el miembro, mientras con la otra mano se sube primero los pantalones y toma después su ropa.
Mi mujer se ha puesto con rapidez el vestido violeta, los zapatos. Nuevamente les veo sólo las piernas, las del hombre ahora inmóviles mientras se abrocha la camisa, las de mi mujer moviéndose, taconeando hasta perderse cortadas por el borde de la puerta que da al pasillo. Reconozco el ruido a vidrios flojos de la puerta del baño. Advierto que se ha llevado la enagua.
Vuelve un segundo después. Por un instante las piernas de los dos reproducen con tal perfección la posición de cuando entraron, que temo ver cómo las de mi mujer se apoyan otra vez contra al puerta y cómo otra vez los tacos del hombre me apuntan, para recomenzar. Pero es una décima de segundo que no detiene los pasos firmes de mi mujer, el tirón de la puerta al abrirse, el ruido que hace al cerrarse, sofocado por la humedad, casi neumático, y los pasos que se alejan hacia el ascensor.
Ahora sí, con cierta dificultad, podré pararme."

Elvio Gandolfo
La oscuridad bajo la mesa

en pleno silencio
de las bocas
que mutuas se
comen
las lámparas
su repentino fulgor
iluminan
los oscuros pezones
el vientre
la mano que se aroma
en la deseada humedad
en la desvanecida
penumbra
esa mujer
anhela de las promesas
el empeño
en la disuelta
oscuridad
esta mujer concibe
estímulos en carne
propia

esa mujer / olvida
esta mujer cierra los ojos

Esteban Moore
La boca en la fruta

6 abr 2008

Retórica erótica


Así ella desearía ser raptada una, dos veces, marcada por la voluntad de esa mano que también sabrá tocarla como a un instrumento musical. Tal su optimismo, su instinto de juego en el instante mismo que, para los otros, será su tragedia. El raptor, sus largos cabellos ofrecidos a esas manos, hace de su pesimismo el arma más dulce: violenta, no pone ninguna distancia ¡oh, dioses bienaventurados!, entre el deseo y el acto.

Alzada por él, ella sonríe, alzada, y aunque parezca dolor, en su rostro hay sólo la altura que tiene conciencia del tiempo. ¿Cuánto podrá, así, no caer, cuánto más los dedos hundirán felizmente su carne, hecha para esas penetraciones? Él oculta su cabeza en ella y nada se sabe, más que el brillo de sus ojos.

Escandalosa,
para él que no
conoce los límites
de su propia dulzura, tan obscena.
Caída, lánguida
y sola en ese nido,
esa cueva, lecho
a su medida:
nocturna y nada
oscura, lunar.
Satén y plumas
para amar y ser leída, para beber y ser
bebida, fingiéndose dormir.
Escandalosa, para lo hecho pecho, fulgura
ante él, será de él: ah! quién pudiera
quedar, así
poseída.
Si él se quedara ahí,
así, adentro,
ella no caería
nunca.
Lo dice y
balancea su
peso sobre
él,
sobre el
vacío, sobre
la frase.
Y él, que
trabaja para
el placer,
pero
alimenta la
tristeza,
apretando su
carne habla.
Ella ríe de lo que él habla: come
de lo que él pone entre sus dientes.

Si él cortara sus cabellos ella no tendría
de dónde sostenerse, y él avisa
que los cabellos son una materia frágil,
mientras le acomoda
el pelo en la frente, lo quita
de sus hombros, despeja las curvas
de la oreja para hurgar,
como si nadie
viera, como si nadie se diera
cuenta de nada.

Juega a ser su propia ofrenda, en lo
desamparado de dar y recibir. Su gesto
copia cierto éxtasis, pero ella no goza,
sonríe, piensa en actos y sonríe, apenas.
Como su dolor esparce luz ella está
iluminada, perdida en esa luz,
y al darse espera ser tomada por él,
oscurecida, al fin oscurecida.


Hacer de sí la obra, volver actor al otro,
para que lo mismo improvise su forma,
su ilusión de único, inefable.
La perfección de un momento que habla
en los cuerpos, aúlla, aunque fallen las
palabras: blasfemias, abrazos
furiosos como un sonido atroz de
maravilla.
Él no cree y es su falta de fe lo que
prodiga.Ella escucha el insulto amoroso del callar.


16 feb 2008

Λυσιστράτη


He aquí el juramento inicial de la rebelión:
Lisístrata: Lampito: todas las mujeres: Vengan, toquen esta copa, y repitan después de mí: NO TENDRÉ NINGUNA RELACIÓN CON MI ESPOSO O MI AMANTE.
Kalonike: No tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante.
Lisístrata: AUNQUE VENGA A MÍ EN CONDICIONES LAMENTABLES.
Kalonike: Aunque venga a mí en condiciones lamentables. (¡Oh Lisístrata, esto me está matando!)
Lisístrata: PERMANECERÉ INTOCABLE EN MI CASA.
Kalonike: Permaneceré intocable en mi casa.
Lisístrata: CON MI MÁS SUTIL SEDA AZAFRANADA.
Kalonike: Con mi más sutil seda azafranada.
Lisístrata: Y HARÉ QUE ME DESEE.
Kalonike: Y haré que me desee.
Lisístrata: NO ME ENTREGARÉ.
Kalonike: No me entregaré.
Lisístrata: Y SI ÉL ME OBLIGA.
Kalonike: Y si él me obliga.
Lisístrata: SERÉ TAN FRÍA COMO EL HIELO Y NO ME MOVERÉ
Kalonike: Seré tan fría como el hielo y no le moveré
Lisístrata: NO LEVANTARÉ MIS ZAPATILLAS HACIA EL TECHO.
Kalonike: No levantaré mis zapatillas hacia el techo.
Lisístrata: NI ME AGACHARÉ SOBRE MIS CUATRO EXTREMIDADES, COMO LA LEONA DE LA ESCULTURA.
Kalonike: Ni me agacharé sobre mis cuatro extremidades, como la Leona de la escultura.
Lisístrata: Y SI MANTENGO ESTE JURAMENTO, PERMITIDME BEBER DE ESTA COPA.
Kalonike: Y si mantengo este juramento, permitidme beber de esta copa.
Lisístrata: SI NO, QUE MI PROPIA COPA SE LLENE CON AGUA.
Kalonike: Si no, que mi propia copa se llene con agua.
Lisístrata: ¿Todas han jurado?
Mirrine: Todas.

Lisístrata
Aristófanes
(450-385 a. de C.)

15 feb 2008

Sé que mi petición es precipitada

yo
yo y mi
yo y mi cuerpo fuimos a esa fiesta
yo bailé
hermoso rico y poderoso rozaba mi cuerpo
mi betty boop mi reina descalza
mi nombre es yoni.meri yo también
fuego furia ¿fumás? fuimos a su casa
estás mojada no sé no hemos sido presentados
sumergidos suma de noche estera estambres estaba aterrorizada
profeta centinela sentí un automóvil rojo rubio el tabaco
su espalda fuerte trepaba mi caída infimos funestos café
piedras para dormir me acompañaba a casa y olvidé decírselo
las palabras son monedas clavadas a la tierra
historias de susy siempre lo he sabido
cómo explicarte hubiese cupido calendario
perdida en los andenes al día siguiente mi sombra caía del piso 29
olvidé decirle que siempre nadie y yo nunca los amores cobardes
lloraba no llegan porque los hombres etcétera
él era despiadado todo un hombre quemado de belleza
mi cuerpo gemía como un gato y lo envidié pero yo nunca
me meto en sus asuntos
dijo tu piel mi nena dame no sé qué cosa qué llave del infierno
yo hubiera declarado desplegado y estrenado un novio
hubiese dicho a mis amigas entrado en algún bar hubiese
hubiese vino que me matara
habráse visto tan chiquita y calentando bancos en la plaza
ay corazón si te fueras de madre
siempre la pena entra la pena y la nada
mi cuerpo roto pegado a lo sumido curioso rito de cucharas en
la mesa
sobre la mesa en la ducha él era el agua y me frotaba
belladona
dame en el centro de lo que siempre habla el espejo la sombra
del deseo era lacan en mi escritorio
ah para su estudio de análisis oh para sus análisis
acababa de ver
mi cuerpo demasiado tarde dónde estuviste le decía
ay corazón si supieras ser látigo y dormir.


7 feb 2008

Mastúrbate


Mastúrbate
úntate cada pezón con miel
y baja el mentón, la lengua
saben dulces, toca
circularmente cada
punta morada, agrietada
o lisa
y luego acaricia el
vientre, el ombligo,
haz cine o literatura
con la mente pero no
olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor
mientras te ríes
y te humillas:
mastúrbate, abandona,
cuida el clítoris como a
la piel de un niño,
escucha el viento que
suena detrás
de la ventana cerrada,
guarda tu jugo
a escondidas del mundo
y mastúrbate, que tus
piernas
comiencen a abrirse y a
cerrarse
que tu murmullo sea un
gemido ronco,
grito agudo en el aire, en el hueco que
pide penetración, contacto,
habla despacio
hazlo en silencio pero gime
aúlla
murmura aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen
hasta que caigan
lágrimas y suene esta vez
no un viento sino un timbre
y otro, regular la campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto
lubrica tu vagina, el tubo que
sigue llamando, levántalo, bájalo
introdúcelo
y escucha ahora su voz,
lejana, ajena,
y cierra tus ojos, su boca
tan adentro.

Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros místicamente entrelazados.La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando se despiertan. Han perdido la cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto, ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las convenciones.

LOS AMANTES
Rodolfo Wilcock