La madrugada la encontró en la mitad de una película, la tercera de las que había alquilado para no tener que hacer nada inconveniente o fastidioso, como pensar. Vió la claridad despuntar entre las sombras de su patio y recordó la última vez que había visto amanecer desde su cama. Fue un fin de semana, sólo un par de semanas atrás. El había venido en mitad de la noche sin excusas, sólo para hacerle el amor . Y así lo hicieron, sin excusas, en la semioscuridad de lo que estaba muriendo y lo que empezaba a nacer. Se acariciaron, besaron , tropezaron y rieron, buscando en cada rincón de la casa el lugar propicio para el deseo. .
Ella quedo exhausta, con una sensación de infinita saciedad, temblándole las piernas y el pecho. Conversaron largamente, como siempre lo hacían. Esa noche el le dijo –después de un silencio, esos silencios compartidos que lejos de ser incómodos eran cómplices - que le gustaba hablar con ella. Lo dijo como quien dice una revelada certeza, pero con una simpleza tan espontánea que no guardaba dudas. Lo abrazó y dijo a su vez que a ella tambíen. Que era la segunda cosa que le gustaba hacer con él, lo cual era absolutamente cierto.
Al percibir las primeras luces –justo en el preciso instante como en el que ahora lo recordaba- se volvió y entró en ella nuevamente, como queriendo beberle los últimos estertores a la noche. Ya no con la ansiedad del deseo como horas atrás . Esta vez tomaron su tiempo para sentirse. Acabó dentro de ella, y se deshizo en un abrazo que lo dejó frágil sobre sus pechos, rendido y sin fuerzas.
Acarició su cabeza como a un niño, durante minutos como horas.
Sacudió la cabeza como queriendo apartar esas imágenes. Fué hacia la ventana cansinamente y cerró despacio las persianas, tapando el sol que ya estaba tomando su lugar en el cielo.
Abrazó su almohada y después -mucho después- quedó dormida.